Foto: Menchi Arbego |
- ¿Qué ha pasado?
preguntó.
Agustín, a horcajadas sobre el cuerpo ladeado de Lucía, intentaba calmarla sujetándola y limpiando las lágrimas mezcladas con sudor que empapaban su pálido rostro.
Agustín, a horcajadas sobre el cuerpo ladeado de Lucía, intentaba calmarla sujetándola y limpiando las lágrimas mezcladas con sudor que empapaban su pálido rostro.
- No lo sé, me despertaron tus gritos y al
mirarte, tenías la mano levantada como despidiéndote,
contestó él con voz temblorosa.
- ¿Quién eres,
estoy soñando, qué está pasando, dónde estoy? ¡Suéltame! gritó Lucía agitada.
La ambulancia llegó
antes de lo esperado. El médico entró en la habitación con la medicación
cargada en la jeringuilla. Varios profesionales tuvieron que sujetarla para poder inyectarle el potente relajante y, aún después de haberlo
administrado, Lucía convulsionaba, con la mirada perdida y las pupilas mióticas.
Cuando los síntomas
empezaron a remitir, fue colocada en la camilla y el médico informó a Agustín que se trataba de un cuadro de delirium tremens, probablemente inducido por
alguna sustancia tóxica ingerida horas antes.
- ¡Ella, jamás... Es la
persona más sana que conozco! contestó
Agustín aterrado.
- No se preocupe, dijo el médico. Cuando esté
hospitalizada, los especialistas filiarán la patología concreta que padece su pareja y le
informarán debidamente. Por cierto ¿es usted su pareja, supongo?
- No, bueno, sí; bueno, amigo...Titubeó el hombre.
El médico, sin emitir respuesta, subió a la ambulancia y se sentó junto a la
camilla de la desmadejada paciente cuyo perdido conocimiento parecía ser causa de un llanto cerebral profundo parecido a los alaridos de un animal gravemente
herido.
- Si no le importa, añadió el ambulanciero
mientras cerraba la puerta trasera del vehículo, avise por favor a la familia e
infórmele que debe acudir al Hospital de Santa Fe, donde quedará ingresada.
Dos horas más
tarde, el Dr. Verdacio daba la noticia: Lucia
ha fallecido.
Agustín, único
acompañante en la sala de espera del frío Hospital, con ojos
rebosantes de lágrimas y voz apagada gritó: ¿Por qué, qué le ha pasado a Lucía?
- Diagnostico dudoso, le
recomiendo que vaya llamando a su abogado. La policía no tardará en presentarse. Lo siento, tiene usted un panorama bastante complicado, indicó el Dr. sin
detenerse a escuchar respuesta.
- ¡Agustín, Agustín, se acabaron las cenas copiosas, es evidentes que son la
causa de tus peores pesadillas! dijo Lucía sacándolo del profundo sueño.