Miró mis zapatos, luego mis ojos haciendo un guiño. Sonreí
pícaramente. Sabía que le gustaban los zapatos color burdeos. Lo había dicho en
clase la tarde anterior.
Cogidos de la mano, llegamos al parque de atracciones más
grande del mundo y elegimos las que nos permitía sentarnos pegaditos, no para
evitar peligro de caer, no, sino para sumar emoción a nuestros adolescentes
cuerpos en la primera experiencia de amor que compartíamos.
Confesó quererme desde antes de verme con zapatos burdeos, y
yo, le aseguré que fue casual, no intencionadamente, ponérmelos esa misma tarde.