jueves, 19 de junio de 2014

La antigua radio de mi padre

Mi padre compró una radio que compartíamos con la vecindad que cada tarde venía a casa para escucharla, lo que permitía conocer un nuevo mundo que facilitaba establecer lazos fraternales entre nosotros, los comunicadores y los personajes de historias contadas de las que llegábamos a sentirnos coprotagonistas.

La radio de mi padre era mágica. Tenía la apariencia de una golosina de chocolate. Su cuerpo, de madera brillante color cacao puro, contrastaba con el beige de la tela bordada con hilos de oro que cubría la parte superior delantera protegiendo la salida de dos “túneles” por donde parecía brotar aquella vida. Remataba la parte inferior dejando al desnudo seis "perillas" negras, sintonizadores de emisoras, e inmediatamente debajo de éstas, un listón de cristal con números y las letras “OM” en color avellana, a cuyos lados emergían dos “perillas” ligeramente mayores que las de sintonizar, 
encargadas del volumen del sonido y de ahuyentar interferencias parecidas a un ronco viento. A la izquierda, en el límite donde acababa la tela y empezaba el cristal, "el ojo mágico", una pequeña luz que hacía presencia al encender el aparato y permanecía destellando verde/rojo hasta conseguir la señal de emisión perfecta, que se definía verde. 

Aquella radio, la radio de mi padre, era mágica. Sí mágica, porque, amén de las emociones compartidas, desencadenadas por lo que escuchábamos, transmitía misterio y fantasía que fomentaba mi padre al asegurar que los personajes que la habitaban ¡podían vernos a través del "ojo mágico", sin ser vistos! Esta magia despertó mi interés por visualizar en directo el fantástico mundo que imaginaba igual que el nuestro, pero en miniatura, cuyos personajes parecían incitarme a conocerlos en persona. Enanos, nomos, seres encantados e incluso extensos bosques, no llegaban en mi imaginación a alcanzar el tamaño de un chicle Bazooka (¡uhhhh, qué chicle!, el mejor, no solo por ser el único entonces, sino porque era de color "rosa chicle", con olor a "chicle Bazooka")

Cierto día, eché una ojeada por los agujeritos de la chapilla negra que cubría la trasera de la radio, hasta que la oscuridad anegada de destellos plateados terminó cegándome. Un tiempo más tarde, lo intenté pelando el cable por donde parecía llegarle la vida, pero solo encontré unos filamentos de cobre que llevaban a un enchufe de la pared y ninguna otra parte. Desesperada, decidí plantearme algo que no fallara. Haría una pequeña incisión a modo de ventanita en la tela beige que recubría los "túneles" por donde salían las voces y metería el ojito. Y sabe Dios que lo intenté y estuve a punto de conseguirlo varias veces, pero, en el preciso instante, aparecía mi madre enfadada frustrando la tentativa, persuadiéndome que allí vivía nadie.


Pasaron años y con ellos se fué alejando la inocencia que mantiene la magia aferrada a lo real y deja un sello imborrable en el recuerdo, así que desistí seguir con el intento. Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido, aquella radio, especialmente su "ojo mágico" y aquellas voces: narrando conmovedores cuentos infantiles, novelas; dedicando canciones en la ronda; relatando trágicos sucesos en el parte...¡Continúan emocionándome! Y es que la radio, al menos la radio mi padre, era... Mejor dicho, ¡es mágica! Tan mágica, que continúa acariciando las entrañas de mis genes, anidando en los sueños que nunca se hacen viejos y permiten incluso ser tocados.

4 comentarios:

  1. Bello relato, mucha nostalgia y melancolía.
    Hermoso de verdad.
    Felicitaciones

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  2. Gracias Ricardo, me alegra que te guste. Feliz tarde de domingo. Un abrazote :)

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  3. Un bonito relato de la relación filio-paternal y la radio mágica que transmite recuerdos imborrables, besos Menchi.

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    1. Gracias Alejandra, celebro te guste. La verdad es que me sale de un lugar muy profundo, creo que es el ama. ¡Feliz día y feliz semana. Un abrazote fuerteeee!

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